domingo, 2 de mayo de 2010

Casi "O" (Parte II)

Su dedo índice se dirigió a uno de mis pechos y, levemente, dibujó el arco inferior rozándolo con extrema delicadeza. Su mirada buscaba la mía, como el cazador que estudia a su presa, pero yo había entendido: no podía mirar a nadie. A un leve gesto de su cabeza uno de los jóvenes, solícito, se acercó a unas cortinas gruesas que hizo se descorrieran y descubrió un armazón metálico que sostenía cadenas, a mi asustada mirada le parecieron demasiadas. También me pude fijar que había dos cortos pilares de madera grabada con filigranas a una distancia que calculé podría ser algo más de un metro entre una y otra y cuatro escalones por los que se accedía a ellos.

La mujer tiró suavemente de la cadena y la seguí hasta los pilares donde el segundo joven colocó mis pies, seguidamente ambos me colocaron los grilletes, cuatro, y la cadena que salía de mi cuello fue también atada al travesaño que quedaba sobre mi cabeza, el efecto no era otro que el de sostenerme en puntillas si no quería morir ahorcada.

Ella empezó a pasear a mi alrededor mirándome y ladeando la cabeza, de vez en cuando, según me acariciaba con su mano derecha o izquierda. Su sonrisa me asustaba, y sentía el helado contacto de sus dedos en mi piel; frío entre otras cosas por la fusta que acababa de tomar de un armario cercano.

A medida que pasaba el tiempo ese temor que me inspiraba comenzó a excitarme, hasta que esa mujer golpeó el extremo de aquella fusta sobre mi clítoris en un movimiento rápido y certero. Fue un dolor intensísimo que hizo que me saltaran las lágrimas y que, sin poder conseguirlo, tratara de cerrar mis piernas, de cerrarme sobre mí misma, de hacerme un nudo o simplemente desaparecer y despertar en un lugar seguro.

De nuevo me amordazaron para mitigar mis gritos que, supongo, les resultaban una molestia. Traté de relajarme y respirar hondo, pero mi cuerpo estaba en tensión, hubiera matado por un vaso de agua, hubiera vendido mi alma al diablo por poder salir de allí. Mi garganta estaba seca, necesitaba agua, mi carne tensa, necesitaba relajarme. Mi mente divagaba sobre mi cuerpo y de repente sentí que todo se movía, desorientada y asustada veía cómo la habitación se dio la vuelta, era el artefacto al que estaba atada el que giró sin pevio aviso, y ahora mi cuerpo colgaba por los tobillos, y las dos mujeres estaban a mi lado, y ví a S. a cuatro metros de mí, mirándome con su característica media sonrisa que empecé a odiar.

Una de las mujeres acercó su boca a mi dolorido clítoris lamiéndolo con suavidad y sentí un hormigueante placer. La otra mujer , desde abajo, me acariciaba los pechos, los lamía y los mordía sin ningún control sobre su fuerza, y acariciaba mi vientre con sus manos. Entonces, no sé de dónde, sacaron una afilada daga que vi cuando abrí los ojos al apreciar el filo frío que redondeaba mis pezones con tal habilidad que no me causó el mínimo rasguño. Quien era quien no pude apreciarlo, pero sí sus acciones. Lamieron y mordieron los labios de mi vagina, introdujeron su lengua con voracidad, sus dedos se movían dentro de mí salvajemente explorando mi interior, me follaron con varios consoladores de diversas formas y tamaños, que hicieron se adentrasen tanto en mi vagina como en mi ano, o ambos a la vez jugando con estrépito y haciendo que estallara en un orgasmo detrás de otro, usaron la daga de nuevo con asombrosa eficacia acercando el filo poco a poco, dibujando cada uno de mis pliegues, internándose en mí y girando sobre sí misma mientras yo gritaba aterrorizada, y moría de placer, con cada orgasmo mi vientre se contraía y estallaba a la vez; notaba mis jugos que se salían e inundaban mis ingles y mi pubis. Jadeaba como una yegua después de desbocarse y nadie me acercaba un poco de agua. No podía dejar de llorar pero tampoco de gozar como jamás antes lo había hecho, hasta perder el conocimiento.

Desperté tumbada en uno de los sofás. Me ofrecían una finísima copa con champagne, la aparté pidiendo, casi suplicando, un vaso de agua. Me lo acercaron rápidamente y lo bebí con ansiedad, pero con infinito cuidado, como si fuera la última copa de agua de la tirerra, bebí con el temor de que se me cayera por el temblor de mis manos y fijé toda mi atención en esa copa de agua helada, mis ojos recorrieron su camino desde la copa hasta mi temblorosa boca y fue así como vi que estaba, desde el cuello hasta el pubis, inundada de semen. Se habían masturbado y corrido sobre mí, estaba cubierta y yo no me había dado cuenta de nada.

Alguien me acercó mi vestido. Me vestí todo lo rápido que pude, cogí mis zapatos con la mano y salí de aquella habitación. Escuché mi nombre tras de mí, era S. que me preguntó si me había gustado la experiencia. Le miré fijamente a los ojos y le dije: “Mira, si crees que para gozar necesito que me humillen: te puedes ir a la mierda”.



A. Gutxi: Gracias