jueves, 19 de enero de 2012

El falso glamour del sexo



El otro día hablaba con un amigo por MSN sobre el glamour del sexo. Ambos coincidíamos en que en el sexo no hay glamour. Estábamos totalmente de acuerdo.

Recordé entonces que había conocido, en su día, a un par de prostitutas, una de París y otra de Monterrey, México, con las que solía charlar de vez en cuando por Messenger, y que había llegado a ellas a través de sus respectivos Blogs.

Ambas comentaban, también, que no hay glamour en el sexo.

Las dos decían que el sexo en grupo era su mejor experiencia, ambas me contaban la misma historia con diferentes palabras, ambas habían gozado de las mismas sensaciones, aún, sin conocerse entre ellas.

Hablaban sobre el sexo con entre 20 y 30 hombres en una misma sesión. Eso sí, no tan a menudo como ellas deseaban, ya que el desgaste físico era brutal. Máximo una vez al mes.

Me contaban como al principio de la sesión las miradas ansiosas de esos hombres las excitaban a tal punto que la humedad que sentían en sus entrepiernas fluía a raudales por la parte interna de sus muslos. También me contaban que el sólo hecho de desnudarse ante esa plebe hambrienta las hacía sentir palpitar sus vaginas en un “aquí te pillo, aquí te mato” dónde no se controla ningún instinto, por bajo que fuera. De hecho, cuanto más bajo el instinto, mejor que mejor. Desaparece cualquier filtro, no existen los buenos modos, la bestia que llevamos dentro pide paso a golpes de vena y tripas. Todo lo que es socialmente recomendable se evapora en décimas de segundo y tu cerebro se transforma en una masa líquida de fluidos. Solo ves lo que quieres ver. En efecto, nada.

Por supuesto el coito con todos ellos había sido estipulado como vaginal, pero no faltaban nunca los momentos en los que deseaban meterse esas pollas duras y vibrantes en su boca. No todo valía en esas sesiones pero hacían leves excepciones.

Las dos comentaban cómo los hombres hacían cola para poder follarlas mientras viendo lo que había delante de ellos, la excitación, los condenaba a una simple masturbación mientras llegaba su turno. Pero lo más importante era lo que contaban sobre lo que sentían ellas.

El orgasmo femenino se diferencia del masculino. El masculino se caracteriza por ser una curva de gran pendiente de subida y gran pendiente de bajada, mientras que el femenino es una pendiente suave de subida, una cresta en la cima que puede durar unos segundos y finalizar con una suave pendiente de bajada. Pero cuando te penetran muchos hombres uno tras de otro sin parar, la pendiente de bajada vuelve a subir, con lo que tenemos un orgasmo, un solo orgasmo prolongado durante todo el tiempo que duran los interminables coitos.

Si tú piensas que un solo orgasmo nos hace sentir sin fuerzas, imagina lo que un orgasmo mantenido en su pico máximo durante tanto tiempo nos puede hacer sentir.

Una pierde las fuerzas, quiere levantar los brazos y no puede, siente como si a su cuerpo le faltaran los huesos, una es una muñeca de goma, a disposición de lo que desean todos esos hombres. Una puede gritar, puede gemir, puede suspirar, pero las pollas siguen penetrándola y haciéndola sentir el goce sublime. Una es un objeto, un agujero que ha de ser tapado como sea. Una zorra que ha de ser cazada. Un manantial de fluidos. Un eco de los instintivos gritos de nuestras madres evolutivas. Una es una puta para el uso y el abuso de sus momentáneos machos.

Una babea, se orina, si no se ha puesto un enema, defeca, se retuerce, se entrega, se vuelve un trozo de carne flácida. Una es un coño, una boca y un ano. Si no hay quien la cuide, la destrozan. Una es un objeto para el uso y el abuso.

Cuando ellos terminan, una es una brasa que sigue ardiendo. No puede caminar. No puede pensar siquiera en terminar, una sigue diciendo “más”. Una depende de quien la acompañe para poder ponerse en pie, vestirse, subir al coche y volver a casa. Una siente su vagina inflamada. Da diez pasos y tiene otro orgasmo. Una es la puta más puta que nadie imagine. ¿Quién me puede dar una sola razón para tildar de glamorosa esta imagen?

Puedes creer que el sexo en grupo, estos grupos, es como el LSD. Su efecto se repite mucho más allá en el tiempo en el que haya ocurrido. Una queda hecha un flan, temblorosa, pero ha de caminar para conseguir agua, alimento, y cada paso que una da es un eco de la follada. Una, cuando lo recuerda, ha de apretar sus muslos uno contra otro porque siente el palpitar de su coño.

La parisienne cobró cerca de 60.000 francos, la mexicana 120.000 pesos mexicanos (alrededor de unos 10.000 dólares). Un buen precio por no poder moverse en algo más de una semana, por no poder controlar tu cuerpo, despojado de toda fuerza, hasta que tu frente se golpea contra el suelo y quedar casi sin conocimiento, por girar sobre la alfombra intentando ponerse en pie sin conseguirlo, por un par de ojos en blanco, por ser una marioneta sin hilos que la manejen, por estar a merced de quien aún contando con algo de fuerza en sus piernas para salir caminando por su propio pie, se queda mirando su obra, por ser, en definitiva, una figura abatida y arrojada de su pedestal

Lo que me contaron me dio un deseo de mil demonios. En su día me hizo agua mi propia vagina. Me hizo fantasear. Hasta que un día me decidí a realizarla. Y ¿sabes? es cierto. Ahora pienso ¿existe un hombre dispuesto a pagar 200€ por follarme con otros 19 más durante horas?

A propósito, algunos de los que leéis, ya me conocéis, y sabéis que la fotografía del encabezado es real. Guste o no, es lo que hay.

miércoles, 11 de enero de 2012

Dans le supermarché



No le tengo mucho miedo a las encrucijadas porque no le tengo miedo a la decisión. Si me equivoco, aprendo, si acierto me divierto.

Ir de compras al supermercado no es nada fuera de lo común, sin embargo, puede ser fuente de interesantes diversiones gracias, por ejemplo, a las encrucijadas. Momentos en los que hemos de decidir si “sí” o si “no”.

Estábamos en el supermercado (gran supermercado) en Salamanca, yo pululaba por la sección de congelados, por una parte para elegir algún alimento y en parte para deshacerme del agobiante calor del verano (en esos días ni las livianas camisetas de tirantes y escotadas sirven de mucho), pude notar que alguien que empujaba un carrito lleno de bebidas comienza a seguirme entre los pasillos. A cada momento me tropezaba con él. En los azúcares, en las legumbres, en la panadería, pegadito a las bombillas, incluso en el pasillo de menaje de cocina. Le miro fijamente a los ojos y le sonrío con la intención de preguntarle si algo ocurría, cuando de repente veo que el hombre mira a ambos lados del pasillo y con voz tenue me pregunta ¿Sol?. Evidentemente sonreí más aún si cabe. Si, ella misma, le contesté. El hecho de llevar mi tatoo a la vista de todos me proporcionan esos tiernos y escasos momentos. El tipo abandona el carrito y sale corriendo ante mis ojos llenos de sorpresa. Pasados dos o tres minutos regresa con un grupo de amigos que empiezan a preguntarme si de verdad soy Sol. Yo les pedía que bajaran la voz un poco, ya que se estaba formando una algarabía que llamaba la atención del resto de clientes, y fue cuando oigo a uno decir “sí es ella, mira el tatuaje, es ella, lo es, lo es! Otro suelta a voz en grito “¡Las tetas, que nos enseñe las tetas!. Por Dios que papelón! Está bien, dije yo, si os calláis lo hago, pero silencio, por favor. Sonreian, y sonreí mientras me levantaba la camiseta y la bajé despacito. Son como niños. Una vez pasado ese episodio y no demasiado seguro de lo que iba a hacer uno de ellos me espeta a la cara una interesante invitación: tenemos una fiesta en mi casa ¿te gustaría aceptar? . ¿Cuántos sois? le dije yo. Estos amigos y además nuestras mujeres.

El morbo de la situación me recorrió todo el cuerpo; imaginaba al Golfo hablando con las “señoras” y entreteniéndolas a su forma mientras uno por uno me los ganaba a todos. Que escalofríos me daba por la espalda! Aceptamos, ambos, mi pareja y yo.

Quedamos a la salida para seguirles hasta la misma entrada de su casa. Presentaciones, bla, bla, bla, qué bonito piso, que enorme, etc. etc. Una vez allí y ubicada la señora de cada uno, el Golfo entablaba conversación con ella para entretenerla, mientras yo subrepticiamente le hacía una señal al elegido y salíamos del piso bajando hasta el descansillo de la escalera, en la segunda planta, donde levantaba mi falda y me dejaba follar. Una mezcla de tensión, morbo y peligro, hacía que todos, uno tras otro, eyacularan en menos de tres minutos. Una vez que terminaban subíamos, entrábamos con sigilo y yo saludaba a la mujer del beneficiado hablando de distintas cosas. Ni que decir tiene que siempre pillaba al último que había tenido en el descansillo cuchicheando con algún amigo y sudando por el estado de nervios. Sonreían entre ellos, miraban por la ventana, resoplaban, y disimulaban hablando con las otras mujeres.

Al fin el último, que estaba en un estado de nervios y tensión que le producía hasta temblores ya antes de bajar al descansillo. Llegamos al lugar de los hechos y apenas extraje su polla de sus pantalones para ponerle el condón cuando eyacula en mi mano. Le miré sonriendo y al ver su carita de niño avergonzado levanté mi falda y froté su semen en mis nalgas para secarla. Después subimos al piso, me acerco a su mujer y extiendo mi mano para saludarla. Ella la toma y me sonríe mientras él me miraba desde el otro extremo del salón y me hace una seña. Me acerco disimuladamente y me dice: “estoy como una moto”. Le pregunto dónde queda el baño, me acompaña y le hago entrar sin cerrar la puerta desde dentro, así que saco otra vez su polla y ahí sí, me la como hasta que me termina en la boca.

Volvimos al salón justo cuando el Golfo decía que tenía que ir a una cita y varios de ellos se ofrecieron gentilmente a llevarme si yo quería quedarme un rato más. Acepté. A las tres de la mañana dos de ellos me llevan en un 4x4 a mi casa y en una parada en el camino, al fin, yo pude tener los dos o tres orgasmos que había estado deseando durante toda la noche.