lunes, 21 de junio de 2010

Tango


Suena el bandoneón y sus notas elevan mis manos hasta tu nuca a la vez que llevan las tuyas a mi cintura, llegamos a estirar nuestras manos hasta el abrazo sostenido, intenso. Pegaditos. Tu frente pegada a mi frente, tus ojos reflejados en los míos, y las notas nos mueven con la dejada cadencia arrabalera. La punta de tu pié arrastra el mío dibujando un arco como tu espalda en el éxtasis. Me giras y mi pierna vuela en firuletes buscando las tuyas. “Sosteneme, no me dejés caer” te digo en un susurro y sonriendo me aprietas ajustándome más aún contra tu cuerpo, y me lanzas. “Yira, yira”. Me pego a ti, me pego sin que la gravedad me afecte, estirada como la cuerda de un violín. Sólo el ruedo de mi falda vuela. Quiero encontrar el mensaje de tu pecho. Quiero bailarte, tanguearte la cadera. Pelvis vs. pelvis. Más pegados aún. Caminata, molinetes, salidas, toques y el vaivén. Vaivén… Acaricio tu mejilla, respiramos y el aire se nos atraganta. Huelo tu deseo y mis muslos te buscan. Caminata porteña “pebeta” me dices, “dejate arrastrar” y sin pensar me hundo en un mar de sentimientos, con la pasión que nace de esta hermosa canción, repto tu torso, mis piernas estiradas, bien estiradas y muy juntas. Aspiro. Te aspiro y te deseo. “Me encendés”. Mi piel te reconoce y mis manos advierten tu pasión, te recorro con ellas en un Braille de delirio hurgandote. Conocerte no es suficiente en ese instante. He de memorizar la geografía de tu cuerpo. He de sentirlo en mí, en mi hondo. Nuestras bocas abiertas y nuestros ojos cerrados. Mis sentidos apoyados en tu cuello. Mi sexo sostenido por el tuyo. También baila el aliento. “Bailá, linda bailá”. Termina la tanda y agitados aún nos movemos, nuestros pies bailan, bailan nuestros poros. Baila todo… y quiero más, aún mucho más.



viernes, 4 de junio de 2010

Cómplices



¿Cuántas veces la complicidad entre las parejas llega a su límite? ¿y cuál es el límite para una pareja?. No sé si el relato que expongo a continuación fue una situación límite o no, lo que sí se es que resultó excitante y sobre todo muy divertida.

Esto ocurrió no hace demasiado tiempo. Había salido con unos amigos como se tiene por costumbre los fines de semana y, de entre todos ellos, uno era extremadamente especial para mí.

Éramos una pareja distinta, adorábamos estar juntos pero ambos excluíamos el compromiso con el otro, compartíamos el piso y los momentos de descanso y, aún teniendo cada uno su dormitorio, cada noche compartíamos también la cama, también los amigos y amigas. En fin éramos como una pareja de hecho pero sin ningún tipo de cadena.

Un fin de semana decidimos que sería buena idea irnos con nuestros amigos a una casa rural y pasarlo bien. Hacía muy poquito que una de las chicas había traído a una amiga y nosotros observamos que mi amigo le atraía intensamente, así que empezamos a “jugar” con ella. Entre copa y copa acabamos convenciéndola de que sería bueno que se dejase llevar por el deseo y entrara en la habitación de mi amigo para pasar la noche con nosotros. Al principio su sorpresa era evidente al igual que su incomodidad, sin embargo hice gala de todo mi poder de convencimiento para tranquilizarla asegurándola que yo simplemente estaba allí para ayudarla, confortarla, y en todo caso, servirle de guía.

Y así fue. Entramos los tres, ella de mi mano, yo de la mano de mi amigo. La senté al borde de la cama y le ofrecí una copa más del minibar mientras mi amigo y cómplice en el juego se sentaba en un sillón en el rincón al fondo del dormitorio con su sonrisa de golfo recalcitrante que tan buenos ratos me había hecho pasar y que tanto le asustaba a ella. Me senté a su lado y le hice ver que podría irse si así lo consideraba, aun sabiendo que de ningún modo dejaría pasar ese momento. Miró a mi amigo y le sonrió ya más calmada. Yo sabía que él había movido, aunque fuese, un pelo, su dedo meñique, algo. Y en efecto, le estaba tendiendo su mano. Ella trató de levantarse pero una leve presión de mi mano sobre su hombro le dio a entender que aún no era el, la besé en la mejilla y acercando mi boca a su oído le pedí, en un susurro, que esperase y así pude ir desabrochándole la blusita poco a poco para acariciarle un pecho mientras no dejaba de besarle el cuello. No tardó mucho en responder desprendiéndose de la prenda por completo. En seguida me di cuenta de que sus pechos le encantarían a mi amigo por lo naturales y proporcionados que eran. Lamerlos poco a poco y con ternura hizo que su excitación creciera al punto que pude notar como extendía su mano hacia mi amigo para llamarlo. Y él respondió, naturalmente, acercándose a ella. Él y yo nos besamos con un beso hondo y apasionado.

Como para hacerle entrega del manjar que teníamos al lado le cedí mi sitio en sus senos y yo me arrodillé frente a ellos con la intención de subirle la falda para empezar a tomar posesión de sus otros labios, jugosos y palpitantes hasta que se tumbara de espaldas y se entregara a él por completo, algo que sucedió en pocos instantes. Una vez entregada y habiendo él tomado mi lugar por segunda vez, comencé a desnudar a mi amigo desabrochando su cinturón, después su camisa y dejando su torso desnudo y permitiendo que ella posara en él sus labios. Tiré de sus pantalones hasta sacarlos y después de su slip. Casi estaban los dos desnudos.

Me metí entre ambos y los separé. La erección de mi amigo era considerable, y la humedad entre las piernas de ella también. ¿Estaban preparados? No me importó, porque yo quería seguir con el juego. Quería que ambos explotasen de deseo mientras yo desde el sillón miraba y esperaba mi turno. Mis rodillas se apoyaron en el suelo del dormitorio a la vez que mi boca se abría para el pene de mi amigo y mis dedos rozaban los labios vaginales de ella. Mis ojos iban de uno a otro y me estaba divirtiendo como hacía tiempo no lo hacía. Ella estaba abierta por completo gimiendo y él miraba al techo gimiendo también. Y mi boca iba de uno a otro intentando beberlos hasta la última gota. Él arqueaba su espalda y tensaba sus piernas y ella se abría cada vez más. Había llegado el momento.

Me levanté, tomé a la chica por el cuello haciendo que se incorporase y acerqué su boca a la polla de mi amigo que la recibió con ansia incontenida. Sus manos lo rodeaban por las caderas en un intento de tragárselo hasta donde no diera más. Él tenía su cabello agarrado con las dos manos ayudándola a que eso pudiera pasar. Y yo ya estaba en el sillón, observando como dos cuerpos trataban de devorarse.

Él la separó y la tomó por los hombros para levantarla y tumbarla sobre la cama, se tumbó sobre ella, la penetró con fuerza pero sin brusquedad, bombeó siempre mirándola a los ojos, una vez, y otra vez, y otra más, mientras ella gemía. La cama se movía, ella gritaba, él empujaba, ella le abrazaba por la cintura con sus piernas, él volvía a empujar y ella se agarraba a sus hombros con desesperación, él empujaba de nuevo y ella contenía la respiración. Era un hermoso cuadro.

Él le dio la vuelta levantándole el culo y haciendo que agachara la cabeza y la apoyara entre sus brazos. Mantuvo el ritmo hasta que ella ya con la cabeza semiescondida entre la colcha lanzó un grito hondo y agudo al tiempo que estiraba sus brazos al límite. Miré a mi amigo y de nuevo le pude ver la sonrisa y sin dejar de bombear sacó el pene de la chica y esparció su esperma sobre la espalda de la muchacha contrayendo su rostro y lanzando su cabeza hacia atrás.

Cayeron ambos desplomados en la cama, ella hacia abajo y él a su lado y de costado. Estaban exhaustos. Fue cuando me levanté y me senté al borde de la cama junto a ella acariciándole la espalda, no tuve más remedio que saborear todo el esperma depositado en su espalda. Siempre me gustó el sabor del semen pero de forma especial, el de ese semen. Lamí recorriendo aquel cuerpo saboreando los diferentes tonos de salado, el sudor de ella, el semen de él, el agridulce de su vagina, y por último el dulce sabor de su boca…

Luego fue mi turno, pero eso ya no importa, por lo menos hoy.
A Leyre:
Por despertar mis recuerdos con sus ideas




domingo, 2 de mayo de 2010

Casi "O" (Parte II)

Su dedo índice se dirigió a uno de mis pechos y, levemente, dibujó el arco inferior rozándolo con extrema delicadeza. Su mirada buscaba la mía, como el cazador que estudia a su presa, pero yo había entendido: no podía mirar a nadie. A un leve gesto de su cabeza uno de los jóvenes, solícito, se acercó a unas cortinas gruesas que hizo se descorrieran y descubrió un armazón metálico que sostenía cadenas, a mi asustada mirada le parecieron demasiadas. También me pude fijar que había dos cortos pilares de madera grabada con filigranas a una distancia que calculé podría ser algo más de un metro entre una y otra y cuatro escalones por los que se accedía a ellos.

La mujer tiró suavemente de la cadena y la seguí hasta los pilares donde el segundo joven colocó mis pies, seguidamente ambos me colocaron los grilletes, cuatro, y la cadena que salía de mi cuello fue también atada al travesaño que quedaba sobre mi cabeza, el efecto no era otro que el de sostenerme en puntillas si no quería morir ahorcada.

Ella empezó a pasear a mi alrededor mirándome y ladeando la cabeza, de vez en cuando, según me acariciaba con su mano derecha o izquierda. Su sonrisa me asustaba, y sentía el helado contacto de sus dedos en mi piel; frío entre otras cosas por la fusta que acababa de tomar de un armario cercano.

A medida que pasaba el tiempo ese temor que me inspiraba comenzó a excitarme, hasta que esa mujer golpeó el extremo de aquella fusta sobre mi clítoris en un movimiento rápido y certero. Fue un dolor intensísimo que hizo que me saltaran las lágrimas y que, sin poder conseguirlo, tratara de cerrar mis piernas, de cerrarme sobre mí misma, de hacerme un nudo o simplemente desaparecer y despertar en un lugar seguro.

De nuevo me amordazaron para mitigar mis gritos que, supongo, les resultaban una molestia. Traté de relajarme y respirar hondo, pero mi cuerpo estaba en tensión, hubiera matado por un vaso de agua, hubiera vendido mi alma al diablo por poder salir de allí. Mi garganta estaba seca, necesitaba agua, mi carne tensa, necesitaba relajarme. Mi mente divagaba sobre mi cuerpo y de repente sentí que todo se movía, desorientada y asustada veía cómo la habitación se dio la vuelta, era el artefacto al que estaba atada el que giró sin pevio aviso, y ahora mi cuerpo colgaba por los tobillos, y las dos mujeres estaban a mi lado, y ví a S. a cuatro metros de mí, mirándome con su característica media sonrisa que empecé a odiar.

Una de las mujeres acercó su boca a mi dolorido clítoris lamiéndolo con suavidad y sentí un hormigueante placer. La otra mujer , desde abajo, me acariciaba los pechos, los lamía y los mordía sin ningún control sobre su fuerza, y acariciaba mi vientre con sus manos. Entonces, no sé de dónde, sacaron una afilada daga que vi cuando abrí los ojos al apreciar el filo frío que redondeaba mis pezones con tal habilidad que no me causó el mínimo rasguño. Quien era quien no pude apreciarlo, pero sí sus acciones. Lamieron y mordieron los labios de mi vagina, introdujeron su lengua con voracidad, sus dedos se movían dentro de mí salvajemente explorando mi interior, me follaron con varios consoladores de diversas formas y tamaños, que hicieron se adentrasen tanto en mi vagina como en mi ano, o ambos a la vez jugando con estrépito y haciendo que estallara en un orgasmo detrás de otro, usaron la daga de nuevo con asombrosa eficacia acercando el filo poco a poco, dibujando cada uno de mis pliegues, internándose en mí y girando sobre sí misma mientras yo gritaba aterrorizada, y moría de placer, con cada orgasmo mi vientre se contraía y estallaba a la vez; notaba mis jugos que se salían e inundaban mis ingles y mi pubis. Jadeaba como una yegua después de desbocarse y nadie me acercaba un poco de agua. No podía dejar de llorar pero tampoco de gozar como jamás antes lo había hecho, hasta perder el conocimiento.

Desperté tumbada en uno de los sofás. Me ofrecían una finísima copa con champagne, la aparté pidiendo, casi suplicando, un vaso de agua. Me lo acercaron rápidamente y lo bebí con ansiedad, pero con infinito cuidado, como si fuera la última copa de agua de la tirerra, bebí con el temor de que se me cayera por el temblor de mis manos y fijé toda mi atención en esa copa de agua helada, mis ojos recorrieron su camino desde la copa hasta mi temblorosa boca y fue así como vi que estaba, desde el cuello hasta el pubis, inundada de semen. Se habían masturbado y corrido sobre mí, estaba cubierta y yo no me había dado cuenta de nada.

Alguien me acercó mi vestido. Me vestí todo lo rápido que pude, cogí mis zapatos con la mano y salí de aquella habitación. Escuché mi nombre tras de mí, era S. que me preguntó si me había gustado la experiencia. Le miré fijamente a los ojos y le dije: “Mira, si crees que para gozar necesito que me humillen: te puedes ir a la mierda”.



A. Gutxi: Gracias





domingo, 25 de abril de 2010

Casi "O" (I Parte)

Era un jueves por la tarde casi las 5 y llovía. Trataba de prepararme un café en casa cuando sonó el teléfono. Corrí a atenderlo golpeándome con la mesa y maldiciendo como un carretero. Era S. que desde el otro lado del teléfono quiso saber el porqué de mis palabras, pasaron unos segundos hasta que pude contestar casi musitando “nada, es la mesa y yo, tenemos una guerra particular y parece que la está ganando ella”. En fracción de segundos quería encontrar la pregunta adecuada: y me decidí por el clásico “ ¿Cómo te va?”. Quería preguntarme de nuevo sobre la propuesta que me hizo la última vez que nos vimos. Quería presentarme a sus amigos.

Por supuesto que los quería ver, así podría verle a él de nuevo. El recado fue corto y muy concreto. Debía estar a las ocho y media en una dirección, usando el vestido con el que me conoció, ser puntual y no comentarlo con nadie. En cuanto cruzara el umbral de la puerta me darían más instrucciones.

Llegué unos minutos antes en un taxi pensando en esperar en él hasta que fuera la hora convenida. Me sorprendió ver que un hombre de mediana edad impecablemente vestido se acercaba al vehículo, abría mi puerta y me preguntaba : “¿Sol?”. Yo le respondí con un sí y entonces el desconocido le dijo al taxista que esperase y me acompañó hasta la puerta de la casa diciéndome que, a partir de allí, otros me iban a guiar. Ignoro que fue de él y del taxista.

Al atravesar la puerta fui recibida por dos jóvenes vestidos con sendos trajes negros, camisas blancas y corbatas negras que me tomaron uno de cada mano para conducirme hasta una sala donde me esperaba una capa de seda roja con capucha y nada más. Uno de los jóvenes me señaló la capa y me dijo “Cámbiese” sin hacer ademán de irse. Como yo di muestras de no saber reaccionar ante lo sorpresivo de la orden (porque fue una orden) los dos se acercaron hasta mí y comenzaron a desvestirme. Ver a aquellos hombres jóvenes y atractivos despojarme de mi ropa me llenó de morbo por lo que no hice ningún gesto de resistencia, una vez desnuda pusieron la capa sobre mis hombros, cubrieron mi cabeza con la capucha que ocultaba parte de mi rostro, me tomaron de la mano y me dijeron “por aquí”.

Se detuvieron frente a una puerta de roble de dos hojas en una nueva sala que estaba en semipenumbra. Uno de los jóvenes dio dos pasos hacia atrás mientras el otro me indicó: “Alguien que usted conoce nos ha informado de su interés por nuevas experiencias ¿Está usted de acuerdo con esa información?. Mi curiosidad pudo más que la precaución y respondí que sí. Entonces las puertas se abrieron dejándome ante un largo pasillo pobremente iluminado al que me hicieron entrar cerrando las puertas a mis espaldas.

Comencé a caminar hacia el otro extremo cubriéndome con mi capa como si así pudiera protegerme cuando, no sé de dónde, un hombre alto y vestido de negro apareció ante mí con sus manos en la espalda. Me preguntó: “¿Está segura de querer traspasar la siguiente puerta?”. Respondí que sí otra vez, entonces el hombre me ordenó que abriese mi capa y que tirase la capucha hacia atrás sacando sus manos de la espalda en las que, pude ver, tenía dos largas plumas de pavorreal. Me pasó las plumas por mi cuello, preguntándome de nuevo si estaba dispuesta a guardar el secreto de lo que viviría aquella noche. Ante mi respuesta afirmativa me preguntó si estaba dispuesta a ser del todo obediente, aunque el serlo me pudiera significar dolor. También respondí afirmativamente. Luego descendió con las plumas hacia mi vientre preguntándome si estaba dispuesta a ofrecer todo lo que yo era sin pedir absolutamente nada a cambio. De nuevo respondí que sí.

El hombre me tomó de la mano diciéndome que a partir de la próxima puerta no podría hablar, ni una palabra podría salir de mi boca, ni un no ni un sí y al decir esto abrió la última puerta.

Al traspasarla, acostumbrada ya desde hacía un buen rato a la oscuridad, no tuve dificultad en ver que en la sala me esperaban un grupo de seis hombres y dos mujeres, todos ellos elegantemente vestidos. Parecía que les hubiese interrumpido en sus charlas, todos habían girado hacia la puerta para verme entrar, sosteniendo sus puros y copas en las manos. Entre ellos estaba S. que se acercó a mí no sin antes coger un objeto que había sobre la mesa. Se trataba de un collar de cuero en el que estaban incrustadas una serie de piedras que hacían pensar en rubíes (nunca supe si eran o no falsos), del collar salía una cadena no demasiado gruesa pero sí brillante como la plata. S. se colocó detrás de mí y soltó el lazo que sostenía la roja capa sobre mis hombros mientras me daba un dulce beso en los labios, después abrochó el collar en mi cuello, lo que disparó aún más mis niveles de adrenalina, y sosteniendo la cadena me miró fijamente mientras tiraba con suavidad de ella, lo justo como para hacerme entender que tenía que seguirle hasta donde me indicase.

Nadie allí articuló palabra, todos se entendían con gestos suaves, casi imperceptibles, pero lo suficientemente claros como para que el ritual continuase con fluidez. Primero me llevó hasta uno de los hombres que hablaban con él y le entregó la cadena. Era muy atractivo aunque estoy segura, aún hoy, de que sobrepasaba la cincuentena. Con una mano agarró la cadena y con la otra depositó su copa de cognac sobre una de las mesas de la sala. Con gesto serio y mano firme me indicó que me inclinara sobre la mesa dejando expuesto mi trasero. Acarició mis nalgas en lo que me pareció un interminable reconocimiento de toda la zona con sus dedos suaves que me hicieron estremecer. Sonó la hebilla de su cinturón al ser desatada y seguidamente sentí una penetración en mi vagina con esa magnífica sensación de estar colmada tanto por su tamaño como por la sorpresa. El que me impidiera a mí misma decir ninguna palabra sobrepasaba las expectativas de la penetración, aún así, no podía evitar gemir con las fortísimas embestidas de su miembro. Agarró con fuerza mi pelo tirando hacia sí haciéndome arquear la espalda y consiguiendo que mis pechos rozaran la mesa a la que me asía fuertemente con mis manos, aún así, la fuerza con la que cargaba contra mi cuerpo casi me hizo perder el equilibrio. Pude sentir en todo momento que nunca soltó la cadena e incluso, de vez en cuando tiraba también de ella cortando mis gemidos, hasta que me soltó del pelo para, con sus dedos, abrirme el ano que penetró de un único y certero golpe. Grité enloquecida ya sin poder contenerme. Una de las mujeres me amordazó con un pañuelo negro de seda. En ese momento sólo se oía el tintineo de la cadena. Noté cómo su miembro palpitaba mientras lo sacaba de mí y fue entonces que sentí la tibieza de su eyaculación sobre mi espalda.

Yo aún temblaba cuando me entregó a otro hombre que me tomó con el mismo gesto de gravedad que él y soltó mi mordaza. Miré a S. que estaba sentado en uno de los sillones de cuero cercanos a mí y apartó su mirada adoptando una actitud indolente siguiendo con su copa como si no le importara nada de lo que allí estaba pasando. El segundo hombre se sentó en el sofá y me hizo arrodillar frente a él, liberó su pene erecto y atrajo sin demasiada brusquedad mi boca hacia él. Nos cruzamos en ese instante una mirada e inmediatamente tapó mis ojos con la palma de su mano. Entendido, sin miradas también. Succioné con todas mis fuerzas, lamí con intensidad, degusté y saboreé aquel viejo miembro que sin embargo latía con un vigor inusitado. Mi lengua recorría hasta el último pliegue que encontraba, mis manos lo acariciaban al igual que a sus testículos y mis dientes jugueteaban con lo que se encontraba. Podía introducirlo entero en mi boca y presionándolo entre la lengua y el paladar lo recorría arriba y abajo, una y otra vez. Notaba así cómo su cadera y sus muslos se tensaban mientras una de sus manos sostenía mi pelo y la otra tiraba de la cadena hacia arriba. Lo saqué de mi boca al notar sus venas enfebrecidas, sabía que estaba a punto de eyacular y lo arropé entre mis pechos apretados haciéndolos moverse entorno a él. Lo acercaba a mi boca que lo lamía, mis labios lo acariciaban. De nuevo lo introduje en mi boca y comencé a presionarlo de nuevo y con toda la rapidez de la que fui capaz hasta que explotó en una increíble riada de semen que, por una parte, me impresionó y por otra casi me ahoga. De nuevo ni el más leve suspiro.

Fui de nuevo trasladada a otro invitado. Una hermosa mujer de piel blanquísima que tendió su mano para sostener la cadena...


Imagen: Olezza Moiseeva



lunes, 5 de abril de 2010

La primera lluvia




La noche era una de esas noches en las cuales todo parece irse al diablo sin que siquiera el diablo esté allí para recibirlo. Había caminado hasta la casa de una amiga pero, como la noche prometía, ni rastro de ella en su casa, así que dirigí mis pasos hacia la calle principal esperando encontrar alguna razón para estar aún despierta. Caminé y caminé hasta que mis pies comenzaron a quejarse así que, sin pensarlo demasiado, entré en una especie de discoteca que me auguraba, al menos, un tiempo de música y algo de beber.

Como siempre, no sé si por mi escote o por mi sonrisa, me dejaron entrar sin tener que esperar demasiado. Una vez adentro me dirigí a la barra y pedí un Margarita que bebí, como siempre, a pequeños sorbos. La música era… no diría buena, sino excelente, ya que una seguidilla de blues llenaba el lugar y tornaba la atmósfera prometedora. Y por costumbre recorrí el lugar con mi vista fijándome en los hombres que estaban allí. Descarté a los gordos de inmediato, también a los demasiado bajos o a los canijos, esos hombres que aunque altos parecen muñecos mal construidos. Fue entonces que encontré a alguien que me miraba con hambre en sus pupilas.

No sé si ya lo habrán comprendido, pero yo soy una mujer hambrienta, y para una mujer hambrienta nada es mejor que un hombre con hambre y este hombre, de un metro ochenta centímetros, pelo castaño oscuro y ojos verdes parecía estar realmente hambriento. Supongo que se dio cuenta de que le miraba pues se acercó a mí con un vaso de whisky en sus manos y una leve sonrisa. Como tantas otras veces, no sé que fue lo que me dijo para iniciar la conversación ni sé que le contesté, lo que sí recuerdo es que comenzamos a reírnos y al poco tiempo ya estábamos en la pista de baile contoneándonos al son de las canciones que el disk jockey parecía elegir teniéndonos en cuenta.

Él me dijo que se llamaba S., yo le dije mi nombre, sus manos seguían un camino que parecía trazado desde mi espalda hasta mis nalgas, mi cuerpo vibraba bajo su tacto aunque no deseaba hacérselo saber, por lo que en la tercera canción le pedí que fuésemos hasta la barra para tomar algo. Pedí mi tercer Margarita, él pidió su tercer whisky, Jack Daniels doble y sin hielo, ambos encendimos sendos cigarrillos y fingimos hablar en medio del estrépito del lugar.

Decidí llevármelo a la cama, aunque mi cama estaba a kilómetros de ese lugar, por lo que comencé a rozar mi escote con un dedo soltando los botones como si no me diera cuenta. Descubrí que ese juego le gustaba, sus ojos seguían mis movimientos y celebraban cada botón liberado con una dilatación de sus iris, entre sonrisas y charlas nos dimos un largo y hondo beso en el que pude sentir que su lengua no era para nada inexperta. Fue entonces cuando le dije que tenía que irme y el se ofreció a acompañarme, a lo que respondí con un gracias…

Ni siquiera llegamos a casa. Apenas en el exterior del local él me llevó diligente hacia un callejón semioscuro donde comenzamos a besarnos con fruición, pronto su boca descendió por mi garganta hasta llegar a mi escote. Su mano fue desprendiendo los botones necesarios hasta que su boca pudo alcanzar mis pezones que saboreó con deleite por unos cuantos minutos. Yo gozaba tremendamente y eso provocó que aplastara su cabeza contra mis senos con una mano mientras la otra trataba de liberar su pene de la tortura de sus pantalones. Lo conseguí, y su pene duro y erecto descansó en la palma de mi mano. Mientras él besaba mis pechos yo comencé a manipular su sexo, mientras mi mano libre me despojaba de las bragas. Una vez conseguido, llevé su miembro enfebrecido hasta mí, y verdaderamente gocé cuando moviendo su cintura me penetró de tal forma que pensé que su sexo duro y palpitante iba a salir por mi garganta.

Me folló de todas formas. Ni mi ano se salvó de sus embestidas y de más está decir que mi ano no deseaba salvarse. Como no daba muestras de agotarse tomé su sexo con mis labios y se lo chupé hasta que sentí que un tumulto de esperma me llenaba la boca hasta caer por mi garganta. Terminamos ambos, y al ponerme de pie pude ver su sonrisa y pensé que había llegado la hora del adiós pero, sorprendentemente, él me preguntó si podía acompañarme a mi casa, a lo que le respondí que sí.

Cuando entramos en casa fue como una explosión. En segundos yo estaba completamente desnuda y el me acomodaba en cuatro patas para penetrarme por detrás. Otra vez sentí su pene presionando mi ano hasta vencer la resistencia del mismo y penetrarme. Latigazos de electricidad recorrieron mi cuerpo mientras él me follaba sin parar. Sus manos acariciaban mis senos mientras su pelvis golpeaba mis nalgas y no pude evitar que un gemido hondo y placentero saliera de mi garganta cuando llegué al orgasmo, casi al mismo tiempo que su sexo me inundaba de cálido y espeso semen. Luego lo llevé a mis labios limpiándolo de todo resto de esperma y, sin pensarlo dos veces, me extendí sobre la mesa de centro levantando mis piernas al máximo. El me penetró sobre la mesa mientras acariciaba mis pezones. Su verga parecía querer abrirme en dos de tan dura y grande que la tenía, sentí que todas mis terminales nerviosas explotaban en un prologando gemido de placer cuando él se salió de mi sexo acabando sobre mi vientre y mis pechos. Luego vino lo mejor.

Él se puso de pié extendiendo su mano, yo la tomé. Me llevó hasta el baño y me hizo arrodillar en la bañera y en esa posición comenzó a orinar sobre mí. Sentí la cálida humedad de su orina corriendo por mi rostro y por mis senos, cubriéndome, como una llovizna de verano. Cuando terminó tomé su flácido miembro con mi boca y lo chupé hasta arrebatarle el último átomo de sabor. Luego ambos nos acostamos en la cama y él me preguntó si podía presentarme algunos amigos. Mientras masajeaba su sexo y sentía que se endurecía nuevamente acepté su proposición.

Pero esa es otra historia, que seguramente contaré… pero no mañana.