jueves, 19 de enero de 2012

El falso glamour del sexo



El otro día hablaba con un amigo por MSN sobre el glamour del sexo. Ambos coincidíamos en que en el sexo no hay glamour. Estábamos totalmente de acuerdo.

Recordé entonces que había conocido, en su día, a un par de prostitutas, una de París y otra de Monterrey, México, con las que solía charlar de vez en cuando por Messenger, y que había llegado a ellas a través de sus respectivos Blogs.

Ambas comentaban, también, que no hay glamour en el sexo.

Las dos decían que el sexo en grupo era su mejor experiencia, ambas me contaban la misma historia con diferentes palabras, ambas habían gozado de las mismas sensaciones, aún, sin conocerse entre ellas.

Hablaban sobre el sexo con entre 20 y 30 hombres en una misma sesión. Eso sí, no tan a menudo como ellas deseaban, ya que el desgaste físico era brutal. Máximo una vez al mes.

Me contaban como al principio de la sesión las miradas ansiosas de esos hombres las excitaban a tal punto que la humedad que sentían en sus entrepiernas fluía a raudales por la parte interna de sus muslos. También me contaban que el sólo hecho de desnudarse ante esa plebe hambrienta las hacía sentir palpitar sus vaginas en un “aquí te pillo, aquí te mato” dónde no se controla ningún instinto, por bajo que fuera. De hecho, cuanto más bajo el instinto, mejor que mejor. Desaparece cualquier filtro, no existen los buenos modos, la bestia que llevamos dentro pide paso a golpes de vena y tripas. Todo lo que es socialmente recomendable se evapora en décimas de segundo y tu cerebro se transforma en una masa líquida de fluidos. Solo ves lo que quieres ver. En efecto, nada.

Por supuesto el coito con todos ellos había sido estipulado como vaginal, pero no faltaban nunca los momentos en los que deseaban meterse esas pollas duras y vibrantes en su boca. No todo valía en esas sesiones pero hacían leves excepciones.

Las dos comentaban cómo los hombres hacían cola para poder follarlas mientras viendo lo que había delante de ellos, la excitación, los condenaba a una simple masturbación mientras llegaba su turno. Pero lo más importante era lo que contaban sobre lo que sentían ellas.

El orgasmo femenino se diferencia del masculino. El masculino se caracteriza por ser una curva de gran pendiente de subida y gran pendiente de bajada, mientras que el femenino es una pendiente suave de subida, una cresta en la cima que puede durar unos segundos y finalizar con una suave pendiente de bajada. Pero cuando te penetran muchos hombres uno tras de otro sin parar, la pendiente de bajada vuelve a subir, con lo que tenemos un orgasmo, un solo orgasmo prolongado durante todo el tiempo que duran los interminables coitos.

Si tú piensas que un solo orgasmo nos hace sentir sin fuerzas, imagina lo que un orgasmo mantenido en su pico máximo durante tanto tiempo nos puede hacer sentir.

Una pierde las fuerzas, quiere levantar los brazos y no puede, siente como si a su cuerpo le faltaran los huesos, una es una muñeca de goma, a disposición de lo que desean todos esos hombres. Una puede gritar, puede gemir, puede suspirar, pero las pollas siguen penetrándola y haciéndola sentir el goce sublime. Una es un objeto, un agujero que ha de ser tapado como sea. Una zorra que ha de ser cazada. Un manantial de fluidos. Un eco de los instintivos gritos de nuestras madres evolutivas. Una es una puta para el uso y el abuso de sus momentáneos machos.

Una babea, se orina, si no se ha puesto un enema, defeca, se retuerce, se entrega, se vuelve un trozo de carne flácida. Una es un coño, una boca y un ano. Si no hay quien la cuide, la destrozan. Una es un objeto para el uso y el abuso.

Cuando ellos terminan, una es una brasa que sigue ardiendo. No puede caminar. No puede pensar siquiera en terminar, una sigue diciendo “más”. Una depende de quien la acompañe para poder ponerse en pie, vestirse, subir al coche y volver a casa. Una siente su vagina inflamada. Da diez pasos y tiene otro orgasmo. Una es la puta más puta que nadie imagine. ¿Quién me puede dar una sola razón para tildar de glamorosa esta imagen?

Puedes creer que el sexo en grupo, estos grupos, es como el LSD. Su efecto se repite mucho más allá en el tiempo en el que haya ocurrido. Una queda hecha un flan, temblorosa, pero ha de caminar para conseguir agua, alimento, y cada paso que una da es un eco de la follada. Una, cuando lo recuerda, ha de apretar sus muslos uno contra otro porque siente el palpitar de su coño.

La parisienne cobró cerca de 60.000 francos, la mexicana 120.000 pesos mexicanos (alrededor de unos 10.000 dólares). Un buen precio por no poder moverse en algo más de una semana, por no poder controlar tu cuerpo, despojado de toda fuerza, hasta que tu frente se golpea contra el suelo y quedar casi sin conocimiento, por girar sobre la alfombra intentando ponerse en pie sin conseguirlo, por un par de ojos en blanco, por ser una marioneta sin hilos que la manejen, por estar a merced de quien aún contando con algo de fuerza en sus piernas para salir caminando por su propio pie, se queda mirando su obra, por ser, en definitiva, una figura abatida y arrojada de su pedestal

Lo que me contaron me dio un deseo de mil demonios. En su día me hizo agua mi propia vagina. Me hizo fantasear. Hasta que un día me decidí a realizarla. Y ¿sabes? es cierto. Ahora pienso ¿existe un hombre dispuesto a pagar 200€ por follarme con otros 19 más durante horas?

A propósito, algunos de los que leéis, ya me conocéis, y sabéis que la fotografía del encabezado es real. Guste o no, es lo que hay.

miércoles, 11 de enero de 2012

Dans le supermarché



No le tengo mucho miedo a las encrucijadas porque no le tengo miedo a la decisión. Si me equivoco, aprendo, si acierto me divierto.

Ir de compras al supermercado no es nada fuera de lo común, sin embargo, puede ser fuente de interesantes diversiones gracias, por ejemplo, a las encrucijadas. Momentos en los que hemos de decidir si “sí” o si “no”.

Estábamos en el supermercado (gran supermercado) en Salamanca, yo pululaba por la sección de congelados, por una parte para elegir algún alimento y en parte para deshacerme del agobiante calor del verano (en esos días ni las livianas camisetas de tirantes y escotadas sirven de mucho), pude notar que alguien que empujaba un carrito lleno de bebidas comienza a seguirme entre los pasillos. A cada momento me tropezaba con él. En los azúcares, en las legumbres, en la panadería, pegadito a las bombillas, incluso en el pasillo de menaje de cocina. Le miro fijamente a los ojos y le sonrío con la intención de preguntarle si algo ocurría, cuando de repente veo que el hombre mira a ambos lados del pasillo y con voz tenue me pregunta ¿Sol?. Evidentemente sonreí más aún si cabe. Si, ella misma, le contesté. El hecho de llevar mi tatoo a la vista de todos me proporcionan esos tiernos y escasos momentos. El tipo abandona el carrito y sale corriendo ante mis ojos llenos de sorpresa. Pasados dos o tres minutos regresa con un grupo de amigos que empiezan a preguntarme si de verdad soy Sol. Yo les pedía que bajaran la voz un poco, ya que se estaba formando una algarabía que llamaba la atención del resto de clientes, y fue cuando oigo a uno decir “sí es ella, mira el tatuaje, es ella, lo es, lo es! Otro suelta a voz en grito “¡Las tetas, que nos enseñe las tetas!. Por Dios que papelón! Está bien, dije yo, si os calláis lo hago, pero silencio, por favor. Sonreian, y sonreí mientras me levantaba la camiseta y la bajé despacito. Son como niños. Una vez pasado ese episodio y no demasiado seguro de lo que iba a hacer uno de ellos me espeta a la cara una interesante invitación: tenemos una fiesta en mi casa ¿te gustaría aceptar? . ¿Cuántos sois? le dije yo. Estos amigos y además nuestras mujeres.

El morbo de la situación me recorrió todo el cuerpo; imaginaba al Golfo hablando con las “señoras” y entreteniéndolas a su forma mientras uno por uno me los ganaba a todos. Que escalofríos me daba por la espalda! Aceptamos, ambos, mi pareja y yo.

Quedamos a la salida para seguirles hasta la misma entrada de su casa. Presentaciones, bla, bla, bla, qué bonito piso, que enorme, etc. etc. Una vez allí y ubicada la señora de cada uno, el Golfo entablaba conversación con ella para entretenerla, mientras yo subrepticiamente le hacía una señal al elegido y salíamos del piso bajando hasta el descansillo de la escalera, en la segunda planta, donde levantaba mi falda y me dejaba follar. Una mezcla de tensión, morbo y peligro, hacía que todos, uno tras otro, eyacularan en menos de tres minutos. Una vez que terminaban subíamos, entrábamos con sigilo y yo saludaba a la mujer del beneficiado hablando de distintas cosas. Ni que decir tiene que siempre pillaba al último que había tenido en el descansillo cuchicheando con algún amigo y sudando por el estado de nervios. Sonreían entre ellos, miraban por la ventana, resoplaban, y disimulaban hablando con las otras mujeres.

Al fin el último, que estaba en un estado de nervios y tensión que le producía hasta temblores ya antes de bajar al descansillo. Llegamos al lugar de los hechos y apenas extraje su polla de sus pantalones para ponerle el condón cuando eyacula en mi mano. Le miré sonriendo y al ver su carita de niño avergonzado levanté mi falda y froté su semen en mis nalgas para secarla. Después subimos al piso, me acerco a su mujer y extiendo mi mano para saludarla. Ella la toma y me sonríe mientras él me miraba desde el otro extremo del salón y me hace una seña. Me acerco disimuladamente y me dice: “estoy como una moto”. Le pregunto dónde queda el baño, me acompaña y le hago entrar sin cerrar la puerta desde dentro, así que saco otra vez su polla y ahí sí, me la como hasta que me termina en la boca.

Volvimos al salón justo cuando el Golfo decía que tenía que ir a una cita y varios de ellos se ofrecieron gentilmente a llevarme si yo quería quedarme un rato más. Acepté. A las tres de la mañana dos de ellos me llevan en un 4x4 a mi casa y en una parada en el camino, al fin, yo pude tener los dos o tres orgasmos que había estado deseando durante toda la noche.

domingo, 7 de agosto de 2011

Betty Boop




no importa
nada importa sólo lo que sientes
sólo lo que vives
la carne muere
el resto

permanece

Betty Boop
es eterna


martes, 2 de agosto de 2011

Entre amigas





Cuando encuentras una amiga encuentras un tesoro, eso es lo que dicen algunos, pero no siempre es así. Tengo una amiga, bueno una “amiga” que necesitó ayuda con un chico al que no podía enganchar como ella quería. Así, medio en serio medio en broma, le propuse un juego: captar al tipo desde su mente hasta su glande, pasando, obviamente por sus pelotas.

¿Maldades femeninas?. Seguro.

Todo empezó un día de invierno cuando hablábamos de nuestras cosas mientras trabajábamos. Afuera nevaba copiosamente y su desesperación por no poder atrapar a su chico semejaban a los copos de nieve que caían detrás de las ventanas. Se me ocurrió, entonces, que una buena sesión de BDSM de las más suaves, podría ayudarla en su empeño y fue como poco a poco y palabra tras palabra comenzó a concederse el capricho del sexo a tres. Claro que una de ellas, yo misma, jamás quedaría impresa en la memoria del joven deseado.

Le expliqué el plan paso a paso y aceptó.

Le llamó una noche de martes para que llegara el miércoles a su casa donde le esperaba con un vestido palabra de honor negro de satén, le hizo pasar hasta el salón y le invitó a un Brugal con cola y mucho hielo en vaso de sidra. Comentaron el frio que hacía fuera y lo crudo que estaba siendo el invierno. Acto seguido, él le preguntó si hacía en casa el suficiente calor como para llevar ese vestido puesto, y ella le contestó que le sobraba calor como para calentar el invierno, a lo que el sonrió y entendió a lo que se refería. Obvio, estaba como una brasa.

Le tomó de la mano y se lo llevó al dormitorio con una sonrisa de ésas que sólo las mujeres más ardientes esbozan con la naturalidad que les da el saber lo que están haciendo.

Una vez en la habitación, ella se desabrochó el vestido dejándolo caer al suelo y exponiendo su silueta entre las luces de las velas que había encendido un rato antes de que él llegara. La atmósfera era la precisa para encandilar al ingenuo, luego lo fue desvistiendo despacio entre beso aquí y allí, le obligó a extenderse sobre la cama y de forma felina y tramposa comenzó a atarle muñecas y tobillos al cabecero y pies de la cama, luego cuando él estaba indefenso le vendó los ojos con un pañuelo rojo de seda que se trajo de Zurich. Ahí fue cuando abrió la puerta del baño y entré yo.

El hombre giró su cara al sentir el ruido y preguntó qué pasaba. Ella no le contestó. Sólo comenzó a acariciar su sexo con sus ágiles y largos dedos como de pianista mientras yo le lamía y mordisqueaba suavemente sus pezones. El preguntó si había alguien más en la habitación pero ella le cerró la boca con un beso mientras yo la suplantaba masajeando el pene, que por cierto estaba duro como el granito, pero no tan frío. Luego mientras mis manos acariciaban ese imponente falo mi amiga comenzó a acariciarlo con sus labios, y yo giñándole un ojo, apoyé mi sexo sobre la boca del incauto. Cuando el falo parecía a punto de explotar, ambas nos retiramos. Él seguía comiéndome el coño como un lobo hambriento, había detectado que todo era distinto. Miré a los ojos de mi amiga y vi que me hizo un gesto cómplice y deslicé mi coño desde sus labios hasta su pecho reemplazándome ella. Tomé una de las velas y derramé cera caliente sobre su pecho, estómago y pubis. Él se contrajo en un breve quejido mientras mi amiga apretaba su coño contra sus labios, yo descendí mi boca sobre su polla a punto de reventar, en ese momento mi amiga me sorprende metiendo sus dedos en mi coño y advirtiendo así mi humedad mientras yo llevaba esa polla hasta lo más profundo de mi garganta. El rogaba para que lo soltásemos, ya que había comprendido que éramos dos, y no me había visto. Quería saber quién además de mi amiga le estaba regocijando, le estaba regalando tanto placer, luchaba por soltarse, estiraba sus dedos como tentáculos y se desesperaba por no poder tocarnos.

Mi amiga y yo cambiamos de posición, y volví a poner mi coño en su boca mientras ella comenzó a cabalgar sobre ese magnífico pene. La diversión era toda nuestra, y estábamos tan desatadas que mi amiga y yo nos abrazamos y empezamos a besarnos, a acariciarnos y a frotarnos los pechos la una contra la otra. De alguna forma, el incauto dejó de importarnos. Mientras él se corría oyendo nuestros gemidos, mi amiga y yo caímos sobre la alfombra y seguimos besándonos y acariciándonos como posesas . El nos escuchaba y nos gritaba que quería ver, mi amiga se levantó como para quitarle la venda pero yo pequé mi boca a su coño y comencé a lamerlo sintiendo el gusto del semen recién derramado. Ella cambió de idea y se introdujo el pene flácido en su boca comenzando a chuparlo con toda el ansia de una mujer sexualmente mal atendida. Yo tomé la vela que había caído al suelo y me la introduje en mi coño masturbándome con ella mientras mi amiga tenía un orgasmo descomunal gracias a mi comida.

El incauto dado que mi amiga estaba teniendo espasmos tirada en el suelo, había quedado con su pene erecto y sin mamada pidiendo a gritos que siguiese. Me senté sobre esa magnífica polla dándole la espalda a su cara y me la introduje en mi culo mientras mi amiga se recuperaba, ahora era yo la insatisfecha. Mi amiga se puso de pie temblando y me besó largamente en la boca acariciando con su lengua mis labios y mis encías, yo sentía mi ano a punto de estallar pero mi orgasmo no llegaba, así que, mientras mi amiga me besaba la boca y las tetas llevé su mano a mi vagina y fue así que empezó a masturbarme con tanta habilidad que mi orgasmo acabó siendo bestial coincidiendo con el orgasmo del inocente cuya polla sentía palpitar en mi culo.

Mi amiga y yo nos pusimos de pie frente a frente, el semen nos corría por las piernas, nuestras miradas se encontraron, ambas estábamos encendidas de una forma en la que jamás creímos que el incauto nos pondría. El plan se había ido a la mierda. Nos abrazamos y nos besamos con ganas de devorarnos, caímos sobre la alfombra y cada una de nosotras buscó el coño de la otra. Nos lamimos, chupamos, mordimos, metimos dedos hasta que explotamos en un largo e intenso aullido de lobas satisfechas. El incauto nos oía desesperado y no dejaba de gritar que quería ver, ver, ver…

Me puse de pie temblorosa sintiendo palpitar aún mi vagina, tomé mi abrigo y salí de la casa.

Mi amiga le quitó la venda de los ojos a su chico, lo desató, le extendió sus ropas y le dijo que se fuera.

El, aún con su pene erecto se vistió y con mirada de perrito apaleado salió de la casa subió a su coche y se marchó. Mi amiga quedó desnuda recortada por la luz de las velas en la puerta de entrada, yo salí de mi escondite y me acerqué a ella.

La noche recién comenzaba.

miércoles, 8 de junio de 2011

Un pirata en mi armario




Después del libro llegaron las páginas abiertas. Muy abiertas como las piernas de una mujer deseosa de la incandescencia. ¿Ves?. ¿Ves su sexo rojo y húmedo como una amapola al amanecer, lleno del rocío de la madrugada?.

Un hombre cualquiera elige cualquier mujer para sus deseos. Una mujer “suele” elegir sus deseos sin embargo, cuando elige lo hace por alguna razón en especial, y esa razón suele ser lo que llamamos morbo.

El morbo es ese instinto, casi animal, que nos hace desear algo “malsano”. Pero me vas a permitir decirte que algo malsano no es el sexo, algo malsano no es la atracción, algo malsano no es el deseo.

Un día revisaba mi buzón de entrada de correo en una de las tantas páginas en las que había colgado fotos mías en actitudes digamos que “provocadoras” y recibí un mensaje de alguien que deseaba Follar-me. En su mensaje decía algo así como que daría lo que fuera por tenerme. Era un hombre amante de la libertad que no tenía, amante de la seguridad en uno mismo que no podía disfrutar, y amante de las mujeres con el suficientemente libre instinto sexual que las permitiera follar y follar hasta reventarse así mismas y a sus queridos compañeros de cama. Esas mujeres que follan por amor al arte, por amor a la compasión y por amor al divino sexo por el sexo.

Vino a casa, trajo un par de botellas de whisky y charlamos, reímos, nos contamos, y cuando mi pareja fue al baño, se produjo “su” milagro; le pregunté ¿qué? y el me respondió con otra pregunta (¿vamos?). Fuimos.

Nos apartamos al sofá y desabroché su cinturón, el desarropó mis hombros de todo abrigo; acaricié su polla con esmero y él me recompensó con su dureza; besé su glande con ternura y él alzó su rostro al cielo; acaricié su vientre con la punta de mis dedos, le temblaba el semblante, yo sonreía, el gozaba del primer tacto, y del segundo, infinitos. Sucedieron las caricias, las miradas, sucedieron los besos, los deseos y esa extraña forma que tienen los amantes de mirarse, como midiendo, como atravesando las distancias y ver hasta donde llegas, o llegan.

¿Y a dónde van a llegar? al cielo más profundo, al ansia divina del placer más envidiado, al fastuoso momento introductivo, a la penetración, al bombeo constante y ansioso, a los suspiros, a la sangre apelotonada en cada uno de sus sexos, al rozamiento, al rodamiento, a las humedades no permitidas por sociedades con pecho apretado de paloma, a lo que de rojo tiene la pasión no contenida. A follar, coger, copular, yacer, cubrir, fornicar con afán; mete-saca interminable; nudo en la garganta, falta de respiración, hormigueo en la planta de los pies y falta total y absoluta de cansancio nutrida por completo del instinto primordial, el más animal: follar, follar, follar, reproducción total, follar y seguir follando hasta el último suspiro. Y al final la eyaculación sobre mis pechos, y rondando, rondando mis dedos atrapando la esencia del placer tantos años encarcelada en un escroto, transportada hasta mi boca, y saboreada con la ambición del groumet más exquisito. Mis ojos le hablaron sin palabras del buen hacer de un pirata en el armario.
Mi querido pirata me visita, y en cada encuentro, encuentro su deseo, sus ganas, su milagro y su afán, su piel, su falo incontenible y duro como el mármol, su tibieza, su calor y su brillo cuando ve mi coño receptivo, abierto, deseoso brillante y rojo, anhelante de su semen, mi ano detenido para tenerle y, a la vez, recompensarle por todos los momentos en los que le falto su libre deseo de tenerme sin haberme tenido.

Y a todo esto, mi amor, el amor de mi vida, la razón de mi existencia, me mira, y al verme tan orgullosa me dice: “nena, te amo, por lo que sos y por cuanto sos” Y entonces hacemos el amor, yo dolorida y satisfecha, el ardiente y satisfecho.
Y después dormimos abrazados.


A mi piratita 666
Sabes que te queremos y te extrañamos. Pronto nos volveremos a ver


martes, 24 de mayo de 2011

Un hombre desnudo con zapatos negros






La piel cuando es tuya es dos veces piel, primero por lo acariciable y segundo por esa connotación sexual que puede poseer si la miras de cerca y detenidamente. Y luego están los zapatos que te ayudan a seguir el camino, te protegen y permiten la continuidad de lo que tienes planeado. Por supuesto las metáforas hay que digerirlas.

Hay un hombre entre mi mente y mis deseos que se viste con su propia piel y se calza con zapatos negros. Mi El. El que distuba mis sentidos y el que me ve tan profunda y detenidamente que sabe lo que deseo en cada momento de mis días sin tener que mirarme siquiera.

Mi Él sabe exactamente qué espero en cada momento, sabe como acariciarme, con qué intensidad, cómo besarme y con qué fuerza, sabe como poseerme y con cuanta descarga. Él sabe el blanco que deseo y dónde, entre mis senos, en mi boca, en mi vagina, en mi cara, o simplemente sobre un plato para que yo pueda lamerlo despacio, saboreándolo, sintiendo su olor y sus promesas de cascada infinita.

Mi Él sabe cuanto nos deseamos y de qué forma en todo momento. Sabe que a veces deseo la luz del sol entre mis piernas y otras su calor ardiente. Sabe que a veces la dulzura de un roce con sus labios me lleva de viaje por el arcoíris y otras hacer doler mi carne, eleva mi placer a lo más alto. Sabe, también, que un susurro en mi oído aplaca mi ansia y sabe que gritarme “puta” pegando su frente a la mía, sin ningún pudor, me hace atravesar la línea de mis caricias hasta convertirlas en la necesidad de llenar el hueco de mis manos con su carne.

Mi Él sabe del poder de su boca en mi coño y del poder de la mía en su verga. Al contrario de lo que el común de la gente cree, el poder del sexo está en quien te da el placer no en quien lo recibe.

Mi Él puede atarme con una correa y el consiguiente collar de perro a la pata de la cama para que le coma la polla, y lo haré con todas mis ansias, pero el poder siempre lo tendré yo, porque soy quien le proporciona ese placer que Él necesita. Y Su poder radica en su entendimiento de mis deseos al milímetro, al instante, sin ni siquiera vernos. Hemos estado lejos, tan lejos que espanta los sentidos, pero siempre hemos sabido qué espera uno del otro.

Mi Él es un hombre desnudo con zapatos negros que sólo necesita chascar los dedos para que yo vaya de inmediato a abrir mis piernas para recibirle o para que, por el contrario, exija su lengua succionante en mi sexo para que se beba mi alma de un trago voraz; para atiborrarme de su vida a través de su polla roja , viva y latente, o para que exprima mis senos hasta la última de mis células.

Mi Él reconoce que mi alimento es su aliento en mi boca y que el suyo es mi entrega sin premisas.

Sí. Se me llena la boca cuando digo que mi Él es mi todo, y que mi todo es para Él.


lunes, 21 de junio de 2010

Tango


Suena el bandoneón y sus notas elevan mis manos hasta tu nuca a la vez que llevan las tuyas a mi cintura, llegamos a estirar nuestras manos hasta el abrazo sostenido, intenso. Pegaditos. Tu frente pegada a mi frente, tus ojos reflejados en los míos, y las notas nos mueven con la dejada cadencia arrabalera. La punta de tu pié arrastra el mío dibujando un arco como tu espalda en el éxtasis. Me giras y mi pierna vuela en firuletes buscando las tuyas. “Sosteneme, no me dejés caer” te digo en un susurro y sonriendo me aprietas ajustándome más aún contra tu cuerpo, y me lanzas. “Yira, yira”. Me pego a ti, me pego sin que la gravedad me afecte, estirada como la cuerda de un violín. Sólo el ruedo de mi falda vuela. Quiero encontrar el mensaje de tu pecho. Quiero bailarte, tanguearte la cadera. Pelvis vs. pelvis. Más pegados aún. Caminata, molinetes, salidas, toques y el vaivén. Vaivén… Acaricio tu mejilla, respiramos y el aire se nos atraganta. Huelo tu deseo y mis muslos te buscan. Caminata porteña “pebeta” me dices, “dejate arrastrar” y sin pensar me hundo en un mar de sentimientos, con la pasión que nace de esta hermosa canción, repto tu torso, mis piernas estiradas, bien estiradas y muy juntas. Aspiro. Te aspiro y te deseo. “Me encendés”. Mi piel te reconoce y mis manos advierten tu pasión, te recorro con ellas en un Braille de delirio hurgandote. Conocerte no es suficiente en ese instante. He de memorizar la geografía de tu cuerpo. He de sentirlo en mí, en mi hondo. Nuestras bocas abiertas y nuestros ojos cerrados. Mis sentidos apoyados en tu cuello. Mi sexo sostenido por el tuyo. También baila el aliento. “Bailá, linda bailá”. Termina la tanda y agitados aún nos movemos, nuestros pies bailan, bailan nuestros poros. Baila todo… y quiero más, aún mucho más.