lunes, 21 de junio de 2010

Tango


Suena el bandoneón y sus notas elevan mis manos hasta tu nuca a la vez que llevan las tuyas a mi cintura, llegamos a estirar nuestras manos hasta el abrazo sostenido, intenso. Pegaditos. Tu frente pegada a mi frente, tus ojos reflejados en los míos, y las notas nos mueven con la dejada cadencia arrabalera. La punta de tu pié arrastra el mío dibujando un arco como tu espalda en el éxtasis. Me giras y mi pierna vuela en firuletes buscando las tuyas. “Sosteneme, no me dejés caer” te digo en un susurro y sonriendo me aprietas ajustándome más aún contra tu cuerpo, y me lanzas. “Yira, yira”. Me pego a ti, me pego sin que la gravedad me afecte, estirada como la cuerda de un violín. Sólo el ruedo de mi falda vuela. Quiero encontrar el mensaje de tu pecho. Quiero bailarte, tanguearte la cadera. Pelvis vs. pelvis. Más pegados aún. Caminata, molinetes, salidas, toques y el vaivén. Vaivén… Acaricio tu mejilla, respiramos y el aire se nos atraganta. Huelo tu deseo y mis muslos te buscan. Caminata porteña “pebeta” me dices, “dejate arrastrar” y sin pensar me hundo en un mar de sentimientos, con la pasión que nace de esta hermosa canción, repto tu torso, mis piernas estiradas, bien estiradas y muy juntas. Aspiro. Te aspiro y te deseo. “Me encendés”. Mi piel te reconoce y mis manos advierten tu pasión, te recorro con ellas en un Braille de delirio hurgandote. Conocerte no es suficiente en ese instante. He de memorizar la geografía de tu cuerpo. He de sentirlo en mí, en mi hondo. Nuestras bocas abiertas y nuestros ojos cerrados. Mis sentidos apoyados en tu cuello. Mi sexo sostenido por el tuyo. También baila el aliento. “Bailá, linda bailá”. Termina la tanda y agitados aún nos movemos, nuestros pies bailan, bailan nuestros poros. Baila todo… y quiero más, aún mucho más.



viernes, 4 de junio de 2010

Cómplices



¿Cuántas veces la complicidad entre las parejas llega a su límite? ¿y cuál es el límite para una pareja?. No sé si el relato que expongo a continuación fue una situación límite o no, lo que sí se es que resultó excitante y sobre todo muy divertida.

Esto ocurrió no hace demasiado tiempo. Había salido con unos amigos como se tiene por costumbre los fines de semana y, de entre todos ellos, uno era extremadamente especial para mí.

Éramos una pareja distinta, adorábamos estar juntos pero ambos excluíamos el compromiso con el otro, compartíamos el piso y los momentos de descanso y, aún teniendo cada uno su dormitorio, cada noche compartíamos también la cama, también los amigos y amigas. En fin éramos como una pareja de hecho pero sin ningún tipo de cadena.

Un fin de semana decidimos que sería buena idea irnos con nuestros amigos a una casa rural y pasarlo bien. Hacía muy poquito que una de las chicas había traído a una amiga y nosotros observamos que mi amigo le atraía intensamente, así que empezamos a “jugar” con ella. Entre copa y copa acabamos convenciéndola de que sería bueno que se dejase llevar por el deseo y entrara en la habitación de mi amigo para pasar la noche con nosotros. Al principio su sorpresa era evidente al igual que su incomodidad, sin embargo hice gala de todo mi poder de convencimiento para tranquilizarla asegurándola que yo simplemente estaba allí para ayudarla, confortarla, y en todo caso, servirle de guía.

Y así fue. Entramos los tres, ella de mi mano, yo de la mano de mi amigo. La senté al borde de la cama y le ofrecí una copa más del minibar mientras mi amigo y cómplice en el juego se sentaba en un sillón en el rincón al fondo del dormitorio con su sonrisa de golfo recalcitrante que tan buenos ratos me había hecho pasar y que tanto le asustaba a ella. Me senté a su lado y le hice ver que podría irse si así lo consideraba, aun sabiendo que de ningún modo dejaría pasar ese momento. Miró a mi amigo y le sonrió ya más calmada. Yo sabía que él había movido, aunque fuese, un pelo, su dedo meñique, algo. Y en efecto, le estaba tendiendo su mano. Ella trató de levantarse pero una leve presión de mi mano sobre su hombro le dio a entender que aún no era el, la besé en la mejilla y acercando mi boca a su oído le pedí, en un susurro, que esperase y así pude ir desabrochándole la blusita poco a poco para acariciarle un pecho mientras no dejaba de besarle el cuello. No tardó mucho en responder desprendiéndose de la prenda por completo. En seguida me di cuenta de que sus pechos le encantarían a mi amigo por lo naturales y proporcionados que eran. Lamerlos poco a poco y con ternura hizo que su excitación creciera al punto que pude notar como extendía su mano hacia mi amigo para llamarlo. Y él respondió, naturalmente, acercándose a ella. Él y yo nos besamos con un beso hondo y apasionado.

Como para hacerle entrega del manjar que teníamos al lado le cedí mi sitio en sus senos y yo me arrodillé frente a ellos con la intención de subirle la falda para empezar a tomar posesión de sus otros labios, jugosos y palpitantes hasta que se tumbara de espaldas y se entregara a él por completo, algo que sucedió en pocos instantes. Una vez entregada y habiendo él tomado mi lugar por segunda vez, comencé a desnudar a mi amigo desabrochando su cinturón, después su camisa y dejando su torso desnudo y permitiendo que ella posara en él sus labios. Tiré de sus pantalones hasta sacarlos y después de su slip. Casi estaban los dos desnudos.

Me metí entre ambos y los separé. La erección de mi amigo era considerable, y la humedad entre las piernas de ella también. ¿Estaban preparados? No me importó, porque yo quería seguir con el juego. Quería que ambos explotasen de deseo mientras yo desde el sillón miraba y esperaba mi turno. Mis rodillas se apoyaron en el suelo del dormitorio a la vez que mi boca se abría para el pene de mi amigo y mis dedos rozaban los labios vaginales de ella. Mis ojos iban de uno a otro y me estaba divirtiendo como hacía tiempo no lo hacía. Ella estaba abierta por completo gimiendo y él miraba al techo gimiendo también. Y mi boca iba de uno a otro intentando beberlos hasta la última gota. Él arqueaba su espalda y tensaba sus piernas y ella se abría cada vez más. Había llegado el momento.

Me levanté, tomé a la chica por el cuello haciendo que se incorporase y acerqué su boca a la polla de mi amigo que la recibió con ansia incontenida. Sus manos lo rodeaban por las caderas en un intento de tragárselo hasta donde no diera más. Él tenía su cabello agarrado con las dos manos ayudándola a que eso pudiera pasar. Y yo ya estaba en el sillón, observando como dos cuerpos trataban de devorarse.

Él la separó y la tomó por los hombros para levantarla y tumbarla sobre la cama, se tumbó sobre ella, la penetró con fuerza pero sin brusquedad, bombeó siempre mirándola a los ojos, una vez, y otra vez, y otra más, mientras ella gemía. La cama se movía, ella gritaba, él empujaba, ella le abrazaba por la cintura con sus piernas, él volvía a empujar y ella se agarraba a sus hombros con desesperación, él empujaba de nuevo y ella contenía la respiración. Era un hermoso cuadro.

Él le dio la vuelta levantándole el culo y haciendo que agachara la cabeza y la apoyara entre sus brazos. Mantuvo el ritmo hasta que ella ya con la cabeza semiescondida entre la colcha lanzó un grito hondo y agudo al tiempo que estiraba sus brazos al límite. Miré a mi amigo y de nuevo le pude ver la sonrisa y sin dejar de bombear sacó el pene de la chica y esparció su esperma sobre la espalda de la muchacha contrayendo su rostro y lanzando su cabeza hacia atrás.

Cayeron ambos desplomados en la cama, ella hacia abajo y él a su lado y de costado. Estaban exhaustos. Fue cuando me levanté y me senté al borde de la cama junto a ella acariciándole la espalda, no tuve más remedio que saborear todo el esperma depositado en su espalda. Siempre me gustó el sabor del semen pero de forma especial, el de ese semen. Lamí recorriendo aquel cuerpo saboreando los diferentes tonos de salado, el sudor de ella, el semen de él, el agridulce de su vagina, y por último el dulce sabor de su boca…

Luego fue mi turno, pero eso ya no importa, por lo menos hoy.
A Leyre:
Por despertar mis recuerdos con sus ideas