miércoles, 11 de enero de 2012

Dans le supermarché



No le tengo mucho miedo a las encrucijadas porque no le tengo miedo a la decisión. Si me equivoco, aprendo, si acierto me divierto.

Ir de compras al supermercado no es nada fuera de lo común, sin embargo, puede ser fuente de interesantes diversiones gracias, por ejemplo, a las encrucijadas. Momentos en los que hemos de decidir si “sí” o si “no”.

Estábamos en el supermercado (gran supermercado) en Salamanca, yo pululaba por la sección de congelados, por una parte para elegir algún alimento y en parte para deshacerme del agobiante calor del verano (en esos días ni las livianas camisetas de tirantes y escotadas sirven de mucho), pude notar que alguien que empujaba un carrito lleno de bebidas comienza a seguirme entre los pasillos. A cada momento me tropezaba con él. En los azúcares, en las legumbres, en la panadería, pegadito a las bombillas, incluso en el pasillo de menaje de cocina. Le miro fijamente a los ojos y le sonrío con la intención de preguntarle si algo ocurría, cuando de repente veo que el hombre mira a ambos lados del pasillo y con voz tenue me pregunta ¿Sol?. Evidentemente sonreí más aún si cabe. Si, ella misma, le contesté. El hecho de llevar mi tatoo a la vista de todos me proporcionan esos tiernos y escasos momentos. El tipo abandona el carrito y sale corriendo ante mis ojos llenos de sorpresa. Pasados dos o tres minutos regresa con un grupo de amigos que empiezan a preguntarme si de verdad soy Sol. Yo les pedía que bajaran la voz un poco, ya que se estaba formando una algarabía que llamaba la atención del resto de clientes, y fue cuando oigo a uno decir “sí es ella, mira el tatuaje, es ella, lo es, lo es! Otro suelta a voz en grito “¡Las tetas, que nos enseñe las tetas!. Por Dios que papelón! Está bien, dije yo, si os calláis lo hago, pero silencio, por favor. Sonreian, y sonreí mientras me levantaba la camiseta y la bajé despacito. Son como niños. Una vez pasado ese episodio y no demasiado seguro de lo que iba a hacer uno de ellos me espeta a la cara una interesante invitación: tenemos una fiesta en mi casa ¿te gustaría aceptar? . ¿Cuántos sois? le dije yo. Estos amigos y además nuestras mujeres.

El morbo de la situación me recorrió todo el cuerpo; imaginaba al Golfo hablando con las “señoras” y entreteniéndolas a su forma mientras uno por uno me los ganaba a todos. Que escalofríos me daba por la espalda! Aceptamos, ambos, mi pareja y yo.

Quedamos a la salida para seguirles hasta la misma entrada de su casa. Presentaciones, bla, bla, bla, qué bonito piso, que enorme, etc. etc. Una vez allí y ubicada la señora de cada uno, el Golfo entablaba conversación con ella para entretenerla, mientras yo subrepticiamente le hacía una señal al elegido y salíamos del piso bajando hasta el descansillo de la escalera, en la segunda planta, donde levantaba mi falda y me dejaba follar. Una mezcla de tensión, morbo y peligro, hacía que todos, uno tras otro, eyacularan en menos de tres minutos. Una vez que terminaban subíamos, entrábamos con sigilo y yo saludaba a la mujer del beneficiado hablando de distintas cosas. Ni que decir tiene que siempre pillaba al último que había tenido en el descansillo cuchicheando con algún amigo y sudando por el estado de nervios. Sonreían entre ellos, miraban por la ventana, resoplaban, y disimulaban hablando con las otras mujeres.

Al fin el último, que estaba en un estado de nervios y tensión que le producía hasta temblores ya antes de bajar al descansillo. Llegamos al lugar de los hechos y apenas extraje su polla de sus pantalones para ponerle el condón cuando eyacula en mi mano. Le miré sonriendo y al ver su carita de niño avergonzado levanté mi falda y froté su semen en mis nalgas para secarla. Después subimos al piso, me acerco a su mujer y extiendo mi mano para saludarla. Ella la toma y me sonríe mientras él me miraba desde el otro extremo del salón y me hace una seña. Me acerco disimuladamente y me dice: “estoy como una moto”. Le pregunto dónde queda el baño, me acompaña y le hago entrar sin cerrar la puerta desde dentro, así que saco otra vez su polla y ahí sí, me la como hasta que me termina en la boca.

Volvimos al salón justo cuando el Golfo decía que tenía que ir a una cita y varios de ellos se ofrecieron gentilmente a llevarme si yo quería quedarme un rato más. Acepté. A las tres de la mañana dos de ellos me llevan en un 4x4 a mi casa y en una parada en el camino, al fin, yo pude tener los dos o tres orgasmos que había estado deseando durante toda la noche.

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