martes, 24 de mayo de 2011

Un hombre desnudo con zapatos negros






La piel cuando es tuya es dos veces piel, primero por lo acariciable y segundo por esa connotación sexual que puede poseer si la miras de cerca y detenidamente. Y luego están los zapatos que te ayudan a seguir el camino, te protegen y permiten la continuidad de lo que tienes planeado. Por supuesto las metáforas hay que digerirlas.

Hay un hombre entre mi mente y mis deseos que se viste con su propia piel y se calza con zapatos negros. Mi El. El que distuba mis sentidos y el que me ve tan profunda y detenidamente que sabe lo que deseo en cada momento de mis días sin tener que mirarme siquiera.

Mi Él sabe exactamente qué espero en cada momento, sabe como acariciarme, con qué intensidad, cómo besarme y con qué fuerza, sabe como poseerme y con cuanta descarga. Él sabe el blanco que deseo y dónde, entre mis senos, en mi boca, en mi vagina, en mi cara, o simplemente sobre un plato para que yo pueda lamerlo despacio, saboreándolo, sintiendo su olor y sus promesas de cascada infinita.

Mi Él sabe cuanto nos deseamos y de qué forma en todo momento. Sabe que a veces deseo la luz del sol entre mis piernas y otras su calor ardiente. Sabe que a veces la dulzura de un roce con sus labios me lleva de viaje por el arcoíris y otras hacer doler mi carne, eleva mi placer a lo más alto. Sabe, también, que un susurro en mi oído aplaca mi ansia y sabe que gritarme “puta” pegando su frente a la mía, sin ningún pudor, me hace atravesar la línea de mis caricias hasta convertirlas en la necesidad de llenar el hueco de mis manos con su carne.

Mi Él sabe del poder de su boca en mi coño y del poder de la mía en su verga. Al contrario de lo que el común de la gente cree, el poder del sexo está en quien te da el placer no en quien lo recibe.

Mi Él puede atarme con una correa y el consiguiente collar de perro a la pata de la cama para que le coma la polla, y lo haré con todas mis ansias, pero el poder siempre lo tendré yo, porque soy quien le proporciona ese placer que Él necesita. Y Su poder radica en su entendimiento de mis deseos al milímetro, al instante, sin ni siquiera vernos. Hemos estado lejos, tan lejos que espanta los sentidos, pero siempre hemos sabido qué espera uno del otro.

Mi Él es un hombre desnudo con zapatos negros que sólo necesita chascar los dedos para que yo vaya de inmediato a abrir mis piernas para recibirle o para que, por el contrario, exija su lengua succionante en mi sexo para que se beba mi alma de un trago voraz; para atiborrarme de su vida a través de su polla roja , viva y latente, o para que exprima mis senos hasta la última de mis células.

Mi Él reconoce que mi alimento es su aliento en mi boca y que el suyo es mi entrega sin premisas.

Sí. Se me llena la boca cuando digo que mi Él es mi todo, y que mi todo es para Él.


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